Lo que más; lo que menos.

Querida Berlín,

nos conocemos ya hace algunos años. Estamos juntos hace más de una década, de hecho. Eres mi primera relación tan duradera. Aún así, a veces siento que no nos conocemos. Eso puede ser frustrante pero, al mismo tiempo, es también una ráfaga de aire fresco que me somete a la inminente curiosidad de descubrirte más y más. De eso precisamente te quiero hablar. He reflexionado mucho y ahora siento la urgencia de compartirte mis pensamientos. No pretendo discutir, ni darte ni quedarme con la razón. Leerás sobre cosas de las que nunca te hablé pero que ya es hora de que las sepas. Te pido únicamente que leas e intentes comprender. ¿De acuerdo?

Si has llegado a esta línea es porque has aceptado. Te lo agradezco.

Nuestra historia comienza en el 2003. Yo llegaba desde Italia, de Perugia, con la que tuve una tempestuosa y fugaz relación de amor/odio de un año. Eso no lo sabías – sé que no te gusta escuchar de mi pasado amoroso pero es parte de mí y, aparte, creo que me ayuda a argumentar algunos aspectos que ahora leerás.

Con Perugia tuve que aprender su lengua, obviamente. Ella insistió desde un principio que yo era quien tenía que adaptarme. Le di la razón sin chistar. Era lógico. Y bueno, fue fácil, la verdad. En tres meses ya nos comunicábamos sin problemas. Ambos con raíces latinas, para bien y/o para mal, facilitó/empeoró las cosas. No entraré en detalles, no te preocupes.

Sonreí muchas veces con ella; me enfurecí en otras y en un par de ocasiones llegué incluso a derramar unas cuantas lágrimas. Lo normal, supongo. Le tuve mucho cariño pero no me llegué a enamorar. Fue lo mismo para ella pero su obsesiva posesión me daba a entender todo lo contrario, al menos eso pensaba entonces, luego comprendí que era simplemente su carácter. En fin, al año nos despedíamos y nos deseábamos la mejor de las suertes. Ahora la guardo en recuerdos dulces… y uno que otro amargo. Nunca miré hacia atrás después de dejarla; nunca me arrepentí de haberme ido ni tampoco pensé en volver a verla. Y sigue siendo así.

Entonces tú y yo nos conocimos. Fue algo tan inesperado. ¿Lo recuerdas? Yo llegaba sin saber qué esperar. Tú me mirabas de lejos. Curiosa y escéptica. A veces indiferente. En su momento eso no me afectó. Poco a poco me di cuenta que esa misma indiferencia fue la que me cautivó ya que, al inicio, yo tampoco estaba particularmente interesado en ti.

Recuerdo perfectamente mis primeras impresiones. Te veía un poco descuidada y casi forzada a arreglarte para lucir mejor, pero… sentía que no se te daba eso de ponerte «guapa». No pretendo ofenderte pero es que tu atractivo físico nunca me robó el sueño. Fue más tu carácter, querida Berlín. Pero sé también de dónde viene todo eso. Sé que tuviste un pasado terrible y, créeme, lo siento mucho por ti. No te enfades. Sé que odias hablar de tu pasado y puedo comprenderlo. Todos tenemos nuestro pasado pero, sin duda, el tuyo es uno de los más conmovedores y tristes que conozco. Y no creas que te tengo pena sino todo lo contrario: mucho, mucho respeto.

Te he recorrido de norte a sur y de este a oeste. Te conozco. Creo que puedo permitirme afirmar lo mismo de ti hacia mí. Me has observado detenidamente cada vez que te exploraba. Sabes bien qué partes de ti me vuelven loco y qué partes ni siquiera miro. Supongo que eso te ofendió de alguna manera ya que, con el pasar de los años, me concentré solo en las partes que ya conocía y dejé de interesarme por descubrir más. Reconozco que ese fue un error. Mi zona de comfort estaba bien trazada y empecé a caer en la monotonía de los lugares comunes y banales rutinas. Por estimular siempre esas mismas partes íntimas de tu geografía terminé despreciando otras muchas que tú hubieras querido que descubra en ti. Vaya, ahora que leo mis pensamientos, ¡qué tonto me siento! Aunque al principio fue muy difícil, poco a poco te abriste conmigo y dejaste que hiciera lo que me diera la gana. Ni siquiera esperabas que aprenda tu lengua. Me diste toda la libertad y, muchas veces, no supe aprovecharla. Pero de tus labios nunca salió una sola palabra ya que preferías que sea yo quien se dé cuenta solo. Pero, yo me pregunto también: ¿es que tu orgullo no te lo permitió, querida y humilde Berlín?

Ahora, quisiera también tocar un par de temas que vivo en primera persona, no a manera de queja sino solo para poner todas las cartas sobre la mesa.

Yo llegué a ti con la mejor de las intenciones. Dispuesto a adaptarme y ser parte de ti. No vine a aprovecharme sino todo lo contrario: a crecer juntos. Ha sido así desde que te conozco y dudo que eso cambie. Lo que sí cambió fueron algunas de mis costumbres. Antes yo estaba acostumbrado a celebrar el 24 de diciembre en familia y con deliciosas cenas. Todo tiene su precio, lo sé. Vivir tan lejos de los míos tiene sus pros y sus contras, como todo. En la última década no ha habido un solo árbol de navidad en mi piso; no bailo la música que más me gusta con la misma pasión de antes; no hago reír a casi nadie; paso más en casa que afuera, en fin… poca cosa, realmente. Por eso creo que iré al grano con los siguientes puntos. Y, por favor, recuerda que solo trato de reconciliarnos.

¿Qué es lo que más me gusta de ti? Pues ahí te va:

  • Tienes sangre de todas partes del mundo en tus venas
  • Eres la menos alemana de todas tus hermanas
  • Eres la patita «fea» de las capitales europeas
  • Eres pobre y sexy
  • Te da igual qué tipo de pretendientes tengas, con que sean auténticos
  • No eres ni celosa ni posesiva
  • Se te puede querer de muchas maneras
  • No te dejas querer de cualquiera
  • No te arreglas para que te conozcan como realmente eres
  • No eres presumida
  • Rara vez se ve a policías patrullando pero cuando los necesitas llegan inmediatamente
  • Tienes alternativas culturales y de ocio para todo gusto
  • Ni con todas las bombas te quedas en ruinas

Ahora, lo que menos me gusta de ti:

  • No te dejas querer fácil
  • Te estás dejando poner cara
  • Tus parques se están llenando de camellos y drogas
  • Tus tranquilas y seguras calles poco a poco se empiezan a degenerar
  • Eres parte de las principales ciudades alemanas donde cada tres segundos entrar a robar en algún piso o casa
  • El Spree da miedo de lo negro de sus aguas
  • A veces eres demasiado tolerante
  • No eres muy femenina (como una gran parte de las mujeres en tus calles)
  • No se te puede poner elegante porque no te pega
  • Tu estilo es, eso, no tener estilo (para bien o para mal)

Entiendo que necesites un par de minutos para asimilar lo que te acabo de describir. Adelante. Aquí estaré.

¿Ya? No. Ok…

¿Ahora? No. Ok…

¿Estás enojada? No. Ok…

Guapa, ¿sigues ahí…?

¿Ya? De acuerdo…

Berlín, eres una gran parte de mí. Si ya no estuviésemos juntos te juro que te echaría de menos. Lo sabes. Pero ¿por qué no nos damos otra oportunidad? No te pido que me trates de manera especial. No pretendo ser el rey de tus calles. Quiero conocer lo que me he perdido durante todos estos años. Quisiera que me muestres por dónde ir para conocerte mejor. En pocas palabras: déjate querer.

3 comentarios

  1. raul hinojosa · diciembre 26, 2015

    ke agradable vision. kisiera komentarlo pero el texto rekiere digestion, asi ke si no despues, pronto kompartire mis experiencias y sensaciones adkiridas en estas kasi dos dekadas. En todo kaso, repito: ke agradable vision.

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    • Laya del Carmen · diciembre 26, 2015

      Me parece bien. Siempre uno tiene un punto de vista de acuerdo al su vivencia. Particularmente me gusta mucho la ciudad. Tiene mucho encanto, aún en las cosas menos lindas. Yo también tengo mi visión de Berlín en Huellasdetiempo.blogspot.com.
      Mucha suerte en 2016

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  2. Montse · diciembre 27, 2015

    He leído tu texto y me ha cautivado. Que razón tienes en muchas cosas. Creo que os merecéis esa segunda oportunidad. Un saludo y un placer haberte leído.

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